jueves, 27 de marzo de 2014

Querido Miguel,

Sé que esta carta no te llegará por correo, ni tampoco podré entregártela en persona. Pero eso no va a impedir que yo la escriba, para decirte todo lo que desearía haberte dicho cuando tuve la ocasión pero no supe cómo, o simplemente no le di la importancia que merecía. Algunas cosas se saben aunque no se digan, pero cobran un valor especial al ponerlas en palabras. Por eso, al menos tengo la conciencia tranquila por haber expresado varias veces lo mucho que te aprecio. Pero lo que recuerdo haber pensado en incontables ocasiones y, sin embargo, no recuerdo haber dicho en voz alta, es que te consideré un padre y, más aun, un amigo. Quizás por eso me cuesta encontrarle la gracia a los chistes sobre suegros, porque los míos no son como los demás.

Tampoco supe honrar como debí el sacrificio que fue cederle tu preciosa hija a un pardillo como yo. Lo que uno siente por una hija escapa a cualquier intento de comprensión por parte de aquellos que no la tienen. Por eso, creo que ahora puedo ponerme en tu pellejo, porque veo como indignos a todo pobre infeliz que ose acercarse más de dos metros a Noemí. Y si nadie será lo bastante bueno para ella, ¿cómo iba a serlo yo para Azahara? Ay, lo siento Miguel. Cuando miro a tu nieta, y veo parte de tu hija en ella, no puedo evitar sentirme en deuda contigo. Es una deuda que no podré acercarme a saldar jamás, pero pasaré el resto de mi vida intentándolo. Al menos me consuela que supieras cuánto significa para mí, cuando tuve la oportunidad de enseñarte algunos de mis escritos y me respondiste algo que no olvidaré: “Es evidente el enamoramiento que padeces por mi hija”. Muy curioso, el verbo que empleaste.

Tu legado también es algo que me habría gustado agradecer más y mejor. La empresa que levantasteis con tanto esfuerzo sigue adelante, y tuve el privilegio de trabajar a tu lado durante tres años, de los casi diez que ya llevo aquí. No puedo reemplazarte, y tampoco nadie lo pretende, pero haré todo lo posible para que no te arrepientas de haber confiado en mí. Creo que nos complementamos bien durante el tiempo que pudimos trabajar juntos. Complementar es una bonita palabra con la que camuflar desacuerdos y conflictos, pero también esconde una verdad muy valiosa: juntos funcionábamos mejor. Eso sigue siendo así, y a menudo me encuentro necesitando tu experiencia, tu sabiduría, tu sentido del humor, tu determinación.

Pero eso no es todo lo que aprendí de ti, ni mucho menos. Es más, me atrevería a decir que de todas las cosas que me enseñaste, ésta, aunque importante, fue la que menos. Gracias a ti he aprendido que la mayoría de situaciones no dependen tanto de tomar la decisión óptima, sino de tener la actitud adecuada. Que tener debilidades no significa ser débil. Que alguna palabrota aquí y allá puede servir de énfasis para acentuar el significado de lo que se quiere expresar, y siempre que no se abuse, se puede hacer con gracia y hasta con elegancia. Que se puede lograr más acertando al fin después de equivocarse varias veces, en lugar de planificar demasiado y no llegar a intentarlo por miedo a pifiarla. Que hay que ser un poco niño para jugar con niños, y no pretender que sean ellos los que crezcan antes de tiempo. Que la música no sólo se escucha, sino que se vive. Y que importa más cantar a pleno pulmón y con sentimiento que afinar la nota a la perfección, algo que me quedó muy claro cuando te oía cantar lo que sólo tú escuchabas en aquellos enormes auriculares mientras en el resto de la oficina reinaba el silencio. Y, de acuerdo, los Beatles son los mejores.

Echo de menos nuestras conversaciones. Aquellas en las que acabábamos conociéndonos un poco mejor, y ahora me doy cuenta de que deberíamos haber charlado más. Pero si echo de menos hasta tus collejas, y eso que a veces picaban. Lo bueno es que a menudo encuentro algo que me recuerda a ti y, por ejemplo, casi puedo verte en la sonrisa traviesa de Adrián. Oírte en algún comentario ingenioso de Pilar, la madre que te parió. Incluso puedo culparte de la impulsividad de Dani. ¡Qué paciencia! ¿Serías así tú, de niño? Y, claro, los ojos tras los que me mira Azahara son los tuyos. Hay tanto que refleja la huella que has dejado en nuestras vidas, que no podríamos olvidarte ni queriéndolo.

Acaba de suceder algo increíble... Por la radio está sonando la canción que utilicé para tu vídeo, justo ahora mientras escribo estas líneas. ¿Es algún tipo de señal? ¿O sólo casualidad? ¿Acaso este mensaje te llegará de algún modo? Qué desgarradora verdad encierran sus versos: las lágrimas recorren nuestras mejillas cuando perdemos algo que no podemos reemplazar. Pero a ti no te hemos perdido, sigues vivo en nuestro recuerdo. Y algún día te volveremos a ver y nos reiremos de esta gilipollez de carta.

- Tu yerno que te quiere, Esli.


Todos los capítulos en orden cronológico, en el índice.


jueves, 13 de marzo de 2014

Intentos de definición que no pasan de moda

Amor es esa palabra tan ñoña que cobra más sentido cuanto menos la pronuncias y más la practicas. Un sentimiento que no necesitas predicar para expresar, sino que simplemente se sabe.

¿Recuerdas el cosquilleo ése que te recorre todo el cuerpo cuando te enamoras? Pues amor es lo que viene después, cuando el cosquilleo desaparece o crees que has dejado de sentirlo, pero sigues queriendo compartir tus días con la persona que logró provocártelo.

El amor madura y cuando crees que por fin comienzas a entenderlo, te vuelve a sorprender. Porque puede parecer más emocionante cuando lo descubres, pero alcanza una autenticidad especial cuando tienes la oportunidad de demostrarlo en los momentos en que deja de ser fácil.

Amor es lo más intenso y extremo que puedes llegar a sentir. Te quema por dentro cuando duele, y te hace flotar en la más absoluta y cursi felicidad cuando es correspondido en la manera en que tú piensas que mereces. Es capaz de revitalizarte y de matarte, pero en ambos casos es el combustible que te impulsa a ser mejor y a desear con todas tus fuerzas lo imposible, hasta sufrir tú en lugar del otro si hace falta (y si no, también).

Se utiliza para darle motivo a actos que a menudo no lo necesitan. Porque la causa y el efecto a veces son uno sólo, como cuando das un abrazo o un beso, simplemente porque sí. También es el escudo tras el que excusar algunas de las idioteces que llegamos a cometer. Por amor, no por estupidez, que aunque a veces se nos antojen sinónimos, en realidad no lo fueron nunca.

Pero querido lector, a mí no me hagas caso, que soy uno más de esos que se dedican a soltar bobadas en internet para hacerse el interesante. ¿Qué es amor para ti? Eso es lo que verdaderamente importa.

Y tú, la que debería darse por aludida cuando hablo de estos temas, supongo que ya lo sabes. Pero aun así no puedo evitar decírtelo de vez en cuando, incluso hoy que no es nuestro aniversario, ni tampoco San Valentín, sino simplemente uno de esos días que más importan. Uno cualquiera. Y encima jueves.

En fin, te quiero.

- Esli

Todos los capítulos en orden cronológico, aquí en el índice.