sábado, 10 de agosto de 2013

Pans & Company

He llegado a pensar que mi pasión por la música y el deseo de crear melodías no me llevarían a ningún sitio. Pero nunca he dejado de soñar, y mis dedos han probado combinaciones de cuerdas y trastes hasta que un día captaron su atención. Ya la consideraba una amiga, y de las "buenas" (sí, el doble sentido es intencional), pero esa amistad estaba a punto de estrecharse más de lo que habría imaginado. Y una vez más, algo bueno que me estaba a punto de suceder iba a estar relacionado con una guitarra.

Se sentó a mi lado mientras yo tocaba una de mis piezas instrumentales más aclamadas, a la que titulé pretenciosamente como "The Melody". No tardó en expresar su admiración, a pesar de que en realidad no era gran cosa. Pero tampoco sonaba mal, y le gustó mi estilo, lo que me llevó a hacerle una curiosa proposición sin haberlo pensado demasiado. "¿Quieres tocar en mi grupo de rock?", le dije. En ese momento de mi modesta carrera musical no importaba demasiado la experiencia de los integrantes del grupo, sino la amistad que nos unía y, en este caso, los sentimientos que se escondían detrás. Quizás no era muy consciente en ese momento, pero a esa chica la quería tener cerca, y cuanto más tiempo mejor. Para mi alegría, ella aceptó, tan sorprendida como extrañada, con la condición de que le diera unas clases de guitarra para mejorar su técnica.

Fueron unas lecciones bastante curiosas. Primero, porque cada día se tocaba menos y se charlaba más. Y segundo, porque comenzaban en mi casa y acababan en el Pans & Company de la esquina, donde sustituíamos las guitarras por bocadillos y las conversaciones seguían siendo conversaciones. Recuerdo que un día mi padre me preguntó si había "algo más" con Azahara. "¡¿Qué dices, papa?!", fue mi respuesta, como si me estuviera acusando de algo que ya estaba tramando sin haberme dado ni cuenta. O sí, pero no estaba preparado para admitirlo en voz alta.

Cuán equivocado estaba al pensar que mi triunfo sólo podría medirse en éxitos sobre un escenario. Mi mayor logro tras una guitarra ha sido que ella se fijara en mí.

Barcelona, Octubre de 1999

- Esli

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jueves, 1 de agosto de 2013

Memoria

Estoy aferrado a una cortina verde. Me sujeto con fuerza. Creo que me estoy escondiendo, pero no sé por qué. De pronto, noto una sensación extraña en mi trasero, y entonces, la prenda que se sostiene por mi cintura comienza a pesar, lo que la hace colgar ligeramente.

Lo sé. Con todas las cosas bonitas que le pueden ocurrir a un infante menor de dos años, y lo primero que recuerdo es esto.

Podría decir que tengo una memoria privilegiada, lo cual no significa que recordar ciertas cosas sea un privilegio. Pero sea como sea, a veces pienso que mi memoria se burla de mí. Porque la elección (si la hay) de retener unos recuerdos en lugar de otros debería estar relacionada con la relevancia del momento, y no depender del capricho de una memoria guasona.

En fin, prometo que los siguientes capítulos serán mejores. No será difícil.

Puerto Rico, en algún momento de 1984. O 1985, quién sabe.

- Esli

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miércoles, 31 de julio de 2013

Las primeras quintas

Es inevitable. Los hermanos mayores emiten una especie de “lo que yo hago mola y se me ocurrió a mí primero” que invita a imitarles, por mucho que esto les fastidie a veces. Y Joel llevaba años rascando aquella vieja guitarra, así que el pedirle que me enseñara a tocarla estaba escrito. Era sólo cuestión de tiempo.

Cuando se lo pedí no saltó de alegría, pero tampoco me envió a la porra. Supongo que ese día estaba de buen humor. Me enseñó lo más básico que se le puede enseñar a un chaval de doce años con ganas de emular a Green Day: las quintas. El dedo índice en la nota que quieres, y el meñique en la cuerda de debajo, dos trastes hacia la caja de resonancia. Fácil. Pero, ¡un momento! Si en la cuerda del Mi no presiono ningún traste, ¿cómo hago su quinta? Cuando se lo pregunté, me miró durante varios segundos, claramente irritado. “Averígualo”, me dijo, y tras un breve silencio se marchó de la habitación.

Apenas pasaron unos meses hasta que algo de lo que yo tocaba con aquella guitarra le hizo sonreír, orgulloso. No hacía falta que lo dijera, en su mirada se podía leer. Mi hermano mayor estaba orgulloso de mí, y eso me hacía crecer.

Yo todavía no lo sabía, pero resulta que el mejor maestro no es el que te da todas las respuestas. El mejor maestro es el que te enseña a buscarlas por ti mismo. Y aunque dicen que a un hermano no lo puedes escoger, que te toca el que te toca, yo lo tengo claro. Quiero a éste. Qué suerte la mía.

Barcelona, Febrero de 1996

- Esli

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martes, 30 de julio de 2013

Un día muy largo

Aun no estamos preparados. Eso fue lo primero que pensé aquella madrugada, al ser despertado de manera inesperada y abrupta. Me esforcé en mantener la calma, a pesar de la combinación de fuertes emociones que experimenté en pocos segundos. Sorpresa. Miedo. Felicidad. Dudas. La miré a los ojos, encontrando la complicidad de siempre, y supe que se sentía exactamente igual. Azahara estaba esperando alguna reacción por mi parte, pero yo aun necesité repetir en mi mente sus palabras, intentando asimilarlas: “Creo que he roto aguas”.

Pero, ¿no faltaban dos semanas? Madre mía, pero si todavía ni teníamos lista la dichosa canastilla, ese conjunto de enseres que los papás tienen que llevar al hospital. Así que a toda prisa, pero con cuidado, ella fue preparando la bolsa reuniendo pañales, cremitas, ropa de recién nacido, y demás cositas cuqui. Mientras tanto, yo llamé al hospital y pregunté por la comadrona de guardia, que al no estar disponible en ese momento, nos llamaría en unos minutos. No solté el teléfono, y cuando al fin sonó, respondí tan rápido que la persona que llamaba probablemente no habría marcado aún el noveno dígito. Al detallarle los síntomas, nos explicó que podría tratarse de una falsa alarma, ya que no fue una rotura de aguas tradicional. Así que nos sugirió que volviéramos a la cama, que al día siguiente Azahara mantuviera reposo, y que estuviéramos atentos a cualquier cambio o posibles contracciones. Pero por lo demás, que pasáramos el día con normalidad. Eso intentamos.

Al mediodía seguimos con nuestro plan. Ella había quedado con sus amigas para comer (y marujear), así que los maridos abandonados hicimos lo mismo. Pero la extraña sensación que habíamos estado teniendo desde hacía horas nos acompañó durante todo el día, como si algo increíblemente emocionante estuviera a punto de suceder. Parecido a lo que se siente cuando te montas en una montaña rusa y estás subiendo lentamente antes del veloz descenso.

Al parecer, las amigas de Azahara enviaron algún que otro mensajito a sus maridos poniéndoles al día sobre el estado de la embarazada, que estaba más cerca del parto de lo que yo pensaba. Aunque yo no lo supe en ese momento, más adelante me enteré que mientras Juan Antonio y David me decían “Tú tranquilo”, entre ellos murmuraban “Uy, uy, uuuyyy”. Supongo que no querían preocuparme innecesariamente, ya que de todos modos ella estaba bien acompañada y cuidada. Además, poco después nos reunimos y, al contarme que las contracciones eran cada vez más evidentes, la decisión estaba cantada.

Vamos al hospital, preciosa, que nuestras vidas están a punto de cambiar. Y más de lo que imaginábamos.

Barcelona, 7 de Mayo de 2006; el día de la madre. Muy oportuno.

- Esli

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sábado, 27 de julio de 2013

Ella

Delante de mí tenía a dos rubias y una morena preguntándome quién le gustaba a un tal Marcos. Yo no tenía ni idea. Pero pensé que de ser alguna, tenía que ser la morena. Quedé totalmente sorprendido ese día, pues como suele ocurrir en la infancia, a menudo descubres cosas que no estás preparado para comprender. Y surgen preguntas sin respuesta como “¿Por qué no quiero dejar de mirarla?”. Así que la señalé con el dedo y las tres rieron. No sería la última vez que las vería reír.

Barcelona, en algún momento de 1991

- Esli

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viernes, 26 de julio de 2013

Índice

Hola. Si estás leyendo esto, ¡gracias!

Aquí mantendré en orden cronológico los capítulos de esta peculiar biografía, según los vaya publicando.
- Esli

Alejandro

Estaba triste mientras la esperaba sentado en un banco junto a la boca del metro. Estaba triste recordando lo feliz que fui. Lo que estaba a punto de ocurrir me debería haber provocado una sensación de alivio, pero no fue así. Yo lo sabía de antemano.

La vi llegar y el palpitar de mi corazón se aceleró, eso no había cambiado. Era tan preciosa que me dolía al verla. Todo mi ser quería correr hacia ella y abrazarla para no soltarla jamás, y prometerle que encontraría un modo de hacerla feliz completamente. Pero a pesar de no ser lo maduro que ella merecía, sí lo era lo bastante como para saber que debía contenerme. Al verme me regaló una sonrisa, y yo me puse de pié casi de manera automática, como un caballero.

Cuando se acercó quedé perplejo: lo llevaba en brazos... No pensé que trajera a Alejandro. “No pude” me dijo, a lo que respondí “Está bien, lo haremos juntos”. La idea fue mía, por lo que no podía esperar que lo hiciera sola, aunque en cierta manera esperaba que fuera así. Yo mismo rematé a Alejandro dándole un golpe seco contra el banco de mármol, liberando así nuestra fortuna.

Había algo cómico que rodeaba este momento tan dramático para mí, y es que romper un cerdito-hucha en medio de la calle Passeig de Gràcia resultaba extraño. Pero que lo hiciéramos para recuperar 12.000 pesetas era lamentable. Este episodio ponía punto y final a nuestra relación. Matar al cerdo representaba que dividíamos definitivamente nuestros bienes comunes, en este caso lo poco que habíamos conseguido ahorrar juntos en un año. ¿Estaba vendiendo el amor de mi vida por 6.000 míseras pesetas?

No pudiendo resistirlo más, la besé. Fue breve y me provocó el alivio instantáneo que necesitaba, pero pronto comprobé que fue como rascarme una picadura que después picaría más. Nos despedimos con naturalidad, como si no hubiera pasado nada, y ella se marchó por donde había venido.

Casi lloro. Pero creo que me había quedado sin lágrimas.

Barcelona, Marzo de 2001

- Esli

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Monstruo

Venía directo hacia mí tras cruzar la puerta de la entrada, y actué de manera automática sin entender bien por qué. Le lancé mi puño derecho y no tuvo los reflejos necesarios para esquivar el golpe, que acertó en plena cara haciéndole caer hacia atrás. Lloró.

La maestra de Kindergarten (o P5, como lo llaman en España), acudió a ayudar al niño de 5 años tendido en el suelo. Mientras se levantaba, asistido por la maestra, vi cómo seguía llorando y segregando pequeñas lagrimitas por esos ojos incrustados en su cara cuadrada.

Varios testigos delataron lo que hice, y la maestra vino hacia mí y mirándome desde su altura me preguntó por qué lo hice, a lo que respondí: “Porque es feo”.

Todos tenemos un pequeño monstruo dentro. Por suerte, aprendemos a controlarlo (a veces). Desde aquí pido mis más sinceras disculpas.

Puerto Rico, en algún momento de 1988

- Esli

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jueves, 25 de julio de 2013

Tú eres interesante

Lo eres. ¿No lo sabías?

La Historia está compuesta por millones de vidas como la tuya y la mía, pero al parecer sólo una pequeña minoría de personas ha dejado su huella durante el tiempo que le fue concedido. De estas personas especiales se ha dicho y escrito mucho, pero no tanto de las personas que las rodearon. Tampoco sé si se hablará sobre ti o sobre mí una vez muramos. Esto es así, no porque nuestra existencia carezca de importancia, sino porque hay demasiados detalles en este mundo como para detenerse a contemplar cada uno de ellos. El destino parece haber decidido que vale la pena fijarse en unos pocos escogidos, ya sea por la relevancia de sus descubrimientos, sus hazañas heroicas, sus remarcables logros, o sus estrepitosos fracasos.

Pero creo que cualquier vida puede ser interesante. Hasta la mía, que soy un desconocido, uno cualquiera. Y es por eso que te invito a que le eches un vistazo a lo que tengo que contar, y que si te gusta la iniciativa, escribas unas páginas sobre tu historia.

Ésta es la mía.

Mi vida no es, ni será, un ciclo cerrado en el que todos los cabos queden atados a la perfección. Mi vida, como la tuya, es un mar de acontecimientos que suceden con más aleatoriedad de la que me gustaría. Un rompecabezas inacabado y cuyas piezas están desperdigadas en el tiempo y en el espacio, esperando a que yo encuentre el mayor número posible de éstas. Mi vida, como la tuya, es un camino que he recorrido y que hasta ahora sólo me ha llevado hasta este momento. Lo sigo trazando paso a paso, planeando el siguiente cuando es posible, e improvisando cuando es necesario. Esta especie de caos a menudo me desconcierta, pero lo bueno es que mi historia no acaba aquí. No sé qué ocurrirá mañana, pero ya te contaré.

- Esli

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